A través de un calado jirón de nube, rosa
por el último rayo de sol agonizante,
luce Venus su fuego de pulido brillante
y la luna su aspecto de palidez medrosa.
El crepúsculo acaba. La tarde silenciosa,
avanza lentamente, y el manto acariciante
de sus velos, extiende sobre el rizo constante
de la sondas, que mueren la orilla rocosa.
Ha expirado la rubia luminaria del dÃa
y, mientras que descansa el Morro su grandeza
sobre la dura margen de la costa bravÃa,
simulando la sombra de un gigante tendido,
la noche, calurosa, descansa su pereza
sobre la superficie del mar adormecido.
